La arquitectura como "casa"
Tras un largo camino llegó con sus maletas y con lo puesto al portal de una gran casona. Hacía sol y un tiempo estupendo, el verano rebosante de esperanza y de alegría la rodeaba. Se sentó encima de una piedra y comenzó a observarla. Era hermosa, simple, pero bella. Tenía un color crema con tacto arenoso y detalles con mampostería de piedra. En los muros de la fachada se abrían ventanales con carpintería de madera. El tejado de tejas de arcilla y a dos aguas. A su alrededor, una pradera verde brillante con unos cuantos árboles. A lo lejos veía vacas pastando y aves rapaces en el cielo.
Allí sentada era completamente feliz. Comenzó a recordar todo lo que le había conducido hasta esa casa: las direcciones de partida, las personas que se había encontrado en el camino, lo que le había motivado a comenzar a andar, otros caminos que podría haber escogido pero no escogió... Pensaba, curiosa, en la grandeza de la casa, se la imaginaba ¿cómo sería por dentro? ¿vivirá alguien ahí? ¿le acogerían con amabilidad y alegría? ¿le ayudarían a continuar el camino? ¿y si la rechazaban? Poco a poco veía cómo el edificio crecía en altura, generándole una sensación de vértigo. El estómago le pesaba, era como si la propia casa le estuviera mirando fíjamente a los ojos buscando algo de ella, juzgándola. El día comenzó a nublarse y cada vez hacía más frío, se dio cuenta de que septiembre ya había llegado. El fatídico mes de septiembre que siempre se le atragantaba.
Notó un golpecito suave y húmedo en la piel y salió de su cabeza. Miró al suelo y el estampado de gotas oscuras le advirtió de que tenía que refugiarse en algún lugar. No tenía más remedio que entrar a la casa, que ahora le daba cierto respeto. Se aproximó a la puerta y llamó con los nudillos. Nadie contestó, pero la puerta se abrió con el último golpe.
Ante ella se extendían pasillos largos y anchos que se cruzaban ortogonalmente, casi como un laberinto. El suelo era de terrazo negro y las paredes de madera clara aunque también había zonas de mármol negro con vetas blancas. Múltiples puertas se extendían con un ritmo rígido y constante a lo largo de los corredores. El techo estaba formado por elementos metálicos blancos lineales dispuestos en el eje longitudinal, enfatizando así la infinidad de los pasillos. De vez en cuando aparecían escaleras rígidas con ángulos marcados. Después de observar un rato largo se percató de que todavía no había visto a nadie, descubrió que estaba sola y, angustiada, salió corriendo fuera de la casa.
Cuando salió se tranquilizó pero al girarse y mirar de nuevo se percató de que la casa ya no era la misma, ahora era un rascacielos enorme de metal, completamente abstracto, las líneas flotaban, se entrecruzaban sin orden ni dirección. La lluvia se convirtió en tormenta y el resplandor de los rayos se veía reflejado en los vidrios del edificio. Estaba abrumada, temblaba y lloraba. Estaba convencida de que en aquel sitio no la querían, de que no estaba hecha para ella y que no se sentiría cómoda nunca. Echaba de menos a su familia, que ahora estaba a kilómetros de distancia, echaba de menos el lugar de donde venía. Ya no podía volver atrás así que no quedó más remedio que entrar de nuevo.
Esta vez una de las puertas del pasillo estaba abierta y decidió entrar. Era una sala blanca, seguía sin ser acogedora pero por fin vio a una persona. La saludó amablemente y comenzaron a hablar.
- Hola ¿qué haces aquí? - Pregunta ella.
- No lo tengo claro. - Responde él.
De repente, en las paredes en blanco empiezan a dibujarse con línea negra letras y dibujos. Ambos se miran extrañados y se acercan para ver mejor lo que pone. Hablan el uno con el otro y juntos consiguen descifrar lo que las paredes contaban. Pasado un rato apareció el color, todas las paredes quedaron cubiertas de tinta y se dibujó un salón. A ella no le resultó agradable del todo, de echo no le gustó, pero ya era menos desagradable que al principio.
Y de esta manera, fue entrando en más salas, dibujando más habitaciones, conociendo a más personas. Algunas estancias le gustaban más que otras. Se encontró con gente desagradable pero también compañeros de camino. Hubo temporadas que nadie la acompañaba y otras que siempre estaba rodeada de gente. La mayoría de los días se perdía y no entendía que hacía ahí, sentía un nudo en la garganta y un gran vacío en el estómago, había muchas preguntas que la casa seguía preguntándole. Sin embargo, otros días encontraba esperanza e ilusión.
Sin darse cuenta, poco a poco, los pasillos de la casa también cambiaban a medida que pasaba el tiempo, cada vez eran más cortos, veía el final. Un día salió al jardín y volvió a contemplar la fachada. Ya no había tormenta, ya no se erigía un rascacielos gris, volvía a parecerse a aquella casona campestre, aunque no era exactamente la que ella recordaba, había cambiado.
Comentarios
Publicar un comentario